Sí, en este post voy a hablar de la muerte. ¡Ni lo digas, me da escalofríos! – diría una de mis amigas, o como varias veces me han dicho cuando he querido explayarme en el tema, – ¿podemos hablar de otra cosa?
La muerte es el tema más rechazo de cualquier reunión, eso de lo que nadie quiere hablar, el tema del que todos escapan… Cuando era niña, viví la muerte de manera cercana. Recuerdo que la primera vez que alguien me habló de este tema fue cuando mi amiguito F. falleció por complicaciones médicas cuando yo tenía 6 años; después mi abuela, que vivía junto a nosotros, falleció de cáncer cuando yo tenía 8… y así… La muerte siguió llegándoles a personas cercanas pero no fue hasta los 12 años, cuando despedía a mi padrino, que me pregunté: ¿porqué rechazamos lo único que sabemos que va a pasarnos?
En mi casa la muerte nunca fue tabú. Recuerdo que a mis 14 años mis padres nos sentaron a mi hermano y a mí para decirnos cómo actuar en caso de que alguno de los dos falleciera, o los dos juntos. Desde esa edad yo sé qué voy a hacer si algo así sucediera. ¡Hasta sé la música que voy a ponerles en su despedida! Suena a chiste, pero sé que se van a ir y lo acepto.
Jamás viví la muerte como algo negativo, ni de niña ni de grande. Siempre me sentí un espíritu, que entró en este cuerpo que seguramente consideré perfecto para mi experiencia en la tierra, que se tomo el trabajo de elegir excelentes maestros como padres que me ayudarían a cumplir mis misiones, y me dedico desde mi nacimiento (hasta el día que me vaya) a crear momentos y a descubrir cuáles son las habilidades y dones que traigo conmigo. Cuando haya cumplido con mi aprendizaje, me iré y así lo haremos todos. La muerte es un momento más de la vida. ¿Porqué le ponemos una connotación tan triste y negativa?
Si tengo que describir la experiencia de morir yo diría que es similar a subirse a un globo aerostático, pero sin el cuerpo, sólo llevando puesto el alma. Nos salimos de la situación para ver todo desde una perspectiva más amplia. Vemos lo que dejamos e hicimos con más detenimiento. Sólo puedo ver a la muerte como una experiencia de sanación y liberación de todas las quejas, culpas y preocupaciones acumuladas en la vida y creo que por eso dejamos el cuerpo y la mente acá, para llevarnos sólo lo livianito de las emociones.
Cuando nacemos nos reciben felices por nuestra llegada al mundo, de la misma manera que nos reciben felices al llegar al cielo. Todos vamos a hacer el mismo viaje, algunos antes y otros después, pero todos nos volveremos a ver del otro lado. Siempre, al despedir a un ser querido, pienso en el momento más lindo que me dejó, se lo agradezco y le digo: ¡Te adelantaste bastante, esperame unos años que voy a cruzar a verte!
Durante mi vida he sido muy observadora y reflexiva sobre cómo cada uno transita un duelo. He analizado el comportamiento y respuesta de esas personas que, aún sufriendo un acontecimiento difícil, siguen con sus vidas.
Desde mi experiencia como persona, admiro a quienes siguen con su existencia de manera normal, haciéndole honor a la experiencia que aún tienen por delante. A quienes la ausencia los marcó en lo más hondo pero no les hizo perder la alegría. Siempre que veo a esa persona que sufrió, reírse a carcajadas delante de mí, siento como si mil arco iris le estuviesen sanando el corazón.
Hace más de 4 años que me dedico a hacer sesiones personales de apertura de Registros Akáshicos, diría que la sesión consiste en abrir un portal para poder canalizar información de los ángeles o guías de la persona consultante. Lo que he descubierto con la experiencia es que del otro lado están bien, se muestran sanos, felices y casi siempre me avisan con quiénes se encontraron del otro lado. A través de mensajes que recibo de ellos, la persona a quien se los transmito puede sanar, confiar y volverse más consciente de la asistencia que tiene. El mensaje casi siempre ha sido el mismo: confiá, no me fui, sigo acompañándote.
Las personas que fallecen terminan su misión como seres humanos, pero no como espíritus, en el otro plano siguen evolucionando. Lo llamativo es que su experiencia y crecimiento como espíritu está ligado a todo lo que hizo en la tierra antes de partir. El espíritu que se va sigue alimentándose del amor que le ofrecen los que quedan aquí.
Voy a hacer una aclaración interesante: llorar todos los días, ir seguido al cementerio, guardar sus pertenencias, publicar la tristeza en redes sociales y maldecir la partida de alguien amado no lo ayuda a llegar al cielo porque son actos de apego, no de amor… Lo único que ayuda a elevar a todo espíritu es la energía de la aceptación. Aceptar es no tener más esperanzas, es no luchar contra la ausencia. Es no tener más enojo ni dolor. Cuando se acepta que la persona no volverá, el sufrimiento desaparece, porque estar sufriendo es estar resistiéndose a la realidad que hay en frente. Y si no se puede aceptar, no se puede crear una realidad mejor para uno mismo.
Las personas que del mismo modo quisieron vernos felices cuando estaban en la tierra, nos quieren ver felices estando en el cielo. ¿Porqué crees que sería diferente? No sientas culpa por volver reír, salir o disfrutar, el camino es tuyo y tienes que hacer de tu experiencia como humano, la mejor de las historias. Cada persona es un acompañante y un ayudante para usar tu corazón y tus emociones.
Espero que estas palabras serte de ayuda para sanar y entender un poco más del costado poco explorado de la experiencia como humanos.
Nadia Herencia
